martes, 11 de junio de 2013

«Qué casa tan bonita tiene esta mujer»

Que si una víctima de violencia de género más, que si ya van treinta y pico en lo que llevamos de año, el politiquillo o politiquilla de turno diciendo que debemos frenar eso, la conexión con la organización de apoyo a víctimas machistas, el teléfono al que debemos llamar, etcétera, etcétera, etcétera. 

No sé si la frivolidad de los medios a la hora de tratar este tema es causa o consecuencia de la concepción superficial que se tiene sobre este fenómeno social, donde la violencia machista se mide en número de muertes y no con cifras reales, en las que muchas mujeres sufren permanentemente los celos enfermizos, el maltrato psicológico, el "por qué vas tan maquillada" o el "ponte una falda más larga". 

Este no pretende ser un post más sobre violencia de género, de hecho, ya hay muchos y mejores blogs que lo han tratado (Hombres, Mujeres y Feminismo, de la gran Lidia Baños, por ejemplo), yo solo vengo a contar un caso en particular que viví en primera persona y que me llamó la atención. 

Hace unos dos meses asistí a una conversación en la que estaban presentes mi hermana mayor por parte de padre (llamémosla Rosa), mi abuela (Asun), la madre de mi hermana (Soledad) y mi padre. El tema de conversación eran los hijos y la familia en general. Mi hermana Rosa expresaba las ganas que tenía por ser madre, que en cuanto tuviera la vida un poco organizada se pondría a ello. Mi abuela a eso respondió que ella siempre había animado a sus hijas a tener hijos ya que, hasta que no eres madre, no te puedes poner en la piel de una de ellas y entender el sufrimiento que supone. Soledad estaba con ella. De repente, mi padre aparece de la cocina y dice tranquilamente que una mujer no tiene por qué tener hijos, ni tiene por qué pasar por ese "sufrimiento" de ser madre si ella no lo desea. Bueno pues, ese pensamiento que nos parece tan normal y que en Europa está tan asentado (cabe mencionar que todos los de dicha conversación son africanos, pero mi padre y mi hermana tienen mentalidad europea), a Asun y a Soledad les pareció una aberración. «Y una mujer que no tenga hijos, ¿qué va a dejar en el mundo?». «Eso, la mujer tiene que tener hijos para que sepa lo que es ser madre y criar». Mi padre cada vez se encendía más: estaba tratando con dos señoras de 70 años y origen africano que entre las dos suman más de 10 o 15 hijos: «Yo no entiendo esas prisas que tenéis porque las mujeres sean madres pronto. Si una mujer a los 25 no puede tener hijos porque no tiene casa o dinero, que se espere a tener eso y que luego los tenga". Las dos coincidían en que no, que la mujer tenía que tener hijos y además pronto, para que los pudiera cuidar bien. «Mira, yo he visto familias en Guinea con 7, 8, 9 hijos en las que la madre no puede cuidar de todos porque no hay comida para todos. ¿Dónde está el padre en esos momentos?». Lo bueno del caso es que ellas no se callaron, sino que siguieron defendiendo su tesis argumentando que «así nos han enseñado, somos las mujeres las que tenemos que buscar comida para nuestros hijos»«¡MENTIRA! El padre tiene la misma obligación de la madre de cuidar a los hijos, que para algo son de los dos. Y mis hijas seguirán siendo mis hijas y siendo mujeres con hijos o sin, yo las voy a querer igual». Así zanjó la conversación mi padre. Asun y Soledad se quedaron remugando por lo bajini con el argumento de «nos estás atacando sin motivo». 

Reflexionemos.

Si habéis leído toda la parrafada (que por eso espero que estéis aquí), seguro que habréis odiado profundamente a Asun y a Soledad por pensar de esa forma. Sin que sirva de defensa o justificación, hay que entender que ellas no se educaron con la mentalidad europea o, sobre todo, con la mentalidad actual. Son dos señoras mayores con la mentalidad africana de hace 50 años, por lo que es conveniente cambiar el chip para entrar en sus cabezas. 

Lo que vengo a decir con todo ello es que parece que la sociedad machista la fomentan los hombres machistas que se creen con el poder y los cojones de hacer lo que les plazca por el simple hecho de haber nacido varones. Y no, el asunto es mucho más profundo: no son tanto ellos, sino las madres y abuelas que inculcan ciertos hábitos y comportamientos hacia sus hijas y nietas. Yo era pequeña y poco reflexionaba sobre ello entonces, pero tengo el recuerdo de mi abuela Asun diciéndome: «una señorita debe sentarse con las piernas cerradas» (cuando es verano y, lógicamente, te espatarras en el sofá) o «una señorita debe tener siempre la casa ordenada. Nunca dirán "qué casa más bonita la de este hombre" sino "qué casa más bonita tiene esta mujer"». Un día se me ocurrió pensar, a lo que le contesté: «¿y un hombre sí puede sentarse con las piernas abiertas?». Sinceramente, no recuerdo qué contestó, pero a partir de ahí me empecé a plantear muchas de las pequeñas frases que me dijo respecto al tema. 

Ahora, con 20 años, me doy cuenta de que son principalmente ellas las que, tanto a hijos como hijas como nietos como nietas son las que se encargan de mantener vigente la sociedad patriarcal. Como digo, ya no solo a chicas, seguro que también habrá chicos a los que se les habrá educado para ser hombres. Me gustaría que, en forma de comentario aquí o en Facebook o Twitter, hicierais memoria y contarais alguna frase mítica de vuestras abuelas en la que entonces no reparasteis y ahora os parece una muestra de lo que he contado, sea cual sea vuestro sexo.

Ahí va la mía: cuando Carme Chacón, exministra de Defensa, acudió embarazada a pasar revista a las tropas españolas, mi abuela (la materna, no Asun) soltó: «aquesta dona vé a fer es paperot i segur que a ca seva no té ni escurat*».



*Esta mujer viene aquí a hacer el papel de su vida y seguro que en su casa no tiene ni los platos fregados.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Topicazos madrileños o de cómo flipar con los isleños

Y sin haberlo planeado, me ha salido un pareado. Hace ya meses -soy una universitaria ocupada, cinéfila y enganchada a muchas series para escribir cada día- escribí una entrada acerca de los tópicos que existen entre la comunidad peninsular -aproximadamente unos 40 millones de personas- relativa a los pobres mallorquines. Lo que no pensabais es que, por serlo yo también, iba a librar a mi comunidad de poner aquí sus falsas creencias sobre los madrileños.

TOPICAZO Nº1
"En Madrid se va por todo en metro"

Si solamente lees esa frase, puedes pensar que es verdad. El problema viene cuando madrileños y mallorquines no tienen el mismo concepto de "Madrid", porque...

TOPICAZO Nº2
"Pero en Madrid, ¿dónde vives?"
"Lejos, en Aranjuez"
"Ah, pero puedes ir en metro, ¿no?"

...a eso me refiero. Mallorquines que se piensan que hay metro en toda la Comunidad de Madrid.

TOPICAZO Nº3
"El metro de Madrid mola mucho"

"Mola" porque nosotros solo tenemos una sola línea que se ha inundado ya como tres veces de lo bien hecho que está. Y buses, muchos buses. Por eso nos emocionamos con ná.

TOPICAZO Nº4
*El de Aranjuez hablando con su amigo el palmesano*
"Esta tarde voy a Madrid"
"Pero si ya estás en Madrid"
"No, estoy en Aranjuez"
"¿Y eso no es Madrid, no? Jajajajajaja"

Pues no, Aranjuez no es Madrid. Getafe no es Madrid. Parla no es Madrid, Alcobendas no es Madrid y, mucho menos, Villalba no es Madrid. Son ciudades de su misma comunidad autónoma que están entre "a cierta distancia" y "a tomar por culo" del centro. 

"Madriz", para los madrileños, es el centro. "Madrit", para los mallorquines, es un concepto abstracto que relacionan con la capital de España, a secas. No sabemos diferenciar entre "Comunidad de Madrid" y "Municipio de Madrid", somos demasiado provincianos. Tanto que somos isleños.

TOPICAZO Nº5
"Pero si vives en Getafe, ¿las compras y eso las haces en Madrid, no?"

Nos pensamos que en la capital, al igual que en Mallorca, hay solo una ciudad y todo lo demás son pueblos. Como fuera de las fronteras de Palma no hay centros comerciales ni Ikea ni Carrefour ni Zara, creemos que en Madrid, donde viven seis millones y medio de personas, es igual y no hay civilización mas allá del centro. Claro.

TOPICAZO Nº6
"En Madrid odian al catalán y a los catalanes"

Siento decir que ese tópico tiene su origen remoto en la hostilidad que muchos independentistas sienten hacia el resto de España y se piensan que es recíproca. Conozco a madrileños que quieren aprender catalán. 

TOPICAZO Nº7
"¿No te pegan por la calle con eso?"

Como ya he dicho, nos pensamos que el catalán y la independencia están a la orden del día cuando a los madrileños les preocupa más la subida de los transportes, sus recortes en educación y sanidad y la vergüenza de sus políticos. Del resto de comunidades, sudan. Como nosotros. 

TOPICAZO Nº8
"En Madrid hay muchas chonis"

Vete a la Salamanca pija de Serrano o a la Malasaña moderna de Fuencarral. A ver.

TOPICAZO Nº9
"En Madrid son del Madrid"

Uy, como te oigan los culés madrileños. No no, peor. Uy, como te oigan los del Atleti.

TOPICAZO Nº10
"En Madrid odian al Barça"
Al Barça lo odian los anticulés. Sean madrileños o coreanos. No es cuestión de geografías.


Ya les gustaría a los mallorquines ser como muchos madrileños. Son más simpáticos, más sonrientes, más dados a hablar, menos desconfiados y cada vez que comes fuera te haces amigo del camarero. De noche no apagan la ciudad y hay vida nocturna. Tienen la mente abierta y puedes dialogar con ellos sin que te cagues en sus prejuicios y en su cabeza cuadrada. Incluso si te explicas bien y con respeto, puedes abogar por la independencia de Cataluña y, aunque discrepen, nadie te come. Al menos, con todos los que yo me he encontrado. A lo mejor es que es cosa de periodistas. Tal vez.



lunes, 17 de diciembre de 2012

Similicadencia


Ya es la séptima vez que borras el párrafo entero. No sabes si eres tú el que miras al monitor, pidiendo ayuda, o si el monitor te mira a ti, desafiándote. Quizás son las dos cosas. No entiendes el porqué de la impotencia, no entiendes el porqué de la velocidad de vértigo que han llevado las manecillas del reloj durante las últimas dos horas. Es frustrante que para escribir una página de nada tengas que depender de un ente superior de origen desconocido. «Inspiración», dicen que se llama. Y puede ser tan fructífera como devastadora. Devasta la mente, el cuerpo, los sentimientos, la confianza, tu confianza en ti, en la escritura, en la literatura, en el arte. Te sientes inútil, que no vales. ¿Viene sola? ¿Se va sola? Tienes tiempo y no puedes escribir porque no te llega. Te llega y no puedes escribir porque no tienes tiempo. Y así pasas los días y las noches: atrapado entre cuatro paredes blancas, sentado frente a un escritorio, mirando la luz blanca de la pantalla de un ordenador. Quieres levantarte y distraerte, pero te has prometido que no te vas a levantar de esa silla hasta que no lleves tantas páginas escritas. Te lo impones. Aun así, te rebelas contra tu ser y lo haces porque lo necesitas. Pero el espacio que tienes no te beneficia y no consigues nada más que dar apenas una vuelta sobre tus pies. Cuando cierras los ojos ves el cuadrado blanco de la pantalla. Decides que ya está bien, que vuelves al trabajo. ¿No te parece que en las últimas dos horas esta habitación es aún más pequeña? Miras arriba, hacia atrás, hacia la pantalla. Todo es pequeño. Todo es más pequeño. Tú también lo eres. Piensas en abandonar. No, te dices. No vas a abandonar. Si no llega la inspiración te la provocas. ¿Eso se puede provocar? Tú sí puedes, te contestas. Pero estás cansado y no llega. El agotamiento mental se traduce al físico. Pero eso no es lo que más te cansa, ¿a que no? Lo que más te cansa no es eso. Lo que más te cansa es que esa sensación de impotencia se repita. Se repite como se repiten las estaciones del año. Se repite como se repiten tus rituales de seducción con las chicas. Se repite como se repiten tus aventuras, la mañana siguiente. Se repite como se repiten los finales de las relaciones. Se repite como se repiten tus días, tus semanas, la rutina. Se repite como se repite la Historia. Se repite como se repite la moda. Se repite como se repiten los estribillos de las canciones. Se repite como se repiten los sonidos finales de los versos en la similicadencia de un poema.

Decides volver de tu ensimismamiento, enfrentarte de nuevo a la frialdad de tu entorno y a la exigencia del teclado. Inspiras y reescribes el párrafo. El sonido de las teclas te asusta, incluso hacen eco. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde el último parón? ¿Un minuto? ¿Una hora? Ni lo sabes ni te importa, total, seguirás sin avanzar como no te pongas en serio. Consigues escribir una línea, dos, tres. Las relees. Oh, no suenan mal. Decides continuar. Se te ocurre una idea, la escribes. No, eso ya sí suena mal. Borras. Vuelves. Ya, mejor. Sientes algo debajo del pecho, una sensación que crece como germina una semilla que erosiona el algodón. La presión de hace unos instantes se calma como se calma la marea tras la tormenta. Todo tu cuerpo se relaja a la vez que se emociona. Presionas cada tecla como si te fuera la vida en ello. Te va la vida en ello. Tecleas rápido, apenas corriges las faltas ortográficas. Una sonrisa va floreciendo en tu rostro. Notas como los músculos faciales se destensan con ella y se relajan. ¿Cuánto hacía que no sonreías? Todo el tiempo que llevas encerrado entre estas cuatro frías paredes, que no sabes cuánto es. Pueden ser minutos o semanas. Pero estás harto, quieres dejar de pensar en el tiempo, que ha sido tu peor enemigo. Hasta ahora. Escribes, escribes y escribes. Te vienen ideas a la cabeza. Te asombra la velocidad del pensamiento. Más rápido que el habla y mucho más que las teclas. Tienes miedo a que se te olvide todo lo que se te va ocurriendo, por eso cada vez tecleas más y más deprisa. La semilla de tu estómago va en camino de convertirse en algo que todavía no sabes qué es, pero que será grande. La sonrisa de tu rostro no puede ensancharse más. Eres consciente de que poco de lo que escribes tiene coherencia léxica, pero todo en tu cabeza tiene sentido. Ordenarlo es lo de menos, la cuestión es que florece. La inspiración es como una mujer caprichosa de la que estás locamente enamorado, con la que solo puedes estar cuando a ella le apetezca. Infiel y egoísta, pero tremendamente cautivadora. Adictiva. La única capaz de llevarte al nirvana y la única capaz de meterte en la más profunda de las depresiones. Y solo ella es capaz de generarte esa adrenalina, la gasolina del motor que se ha activado en tu ser. Mejor que un chute de cafeína, de taurina, de anfetaminas. Mejor que el puenting, que una montaña rusa, que un salto en paracaídas, Mejor que el sexo, que un orgasmo.

Te apoyas sobre el respaldo y respiras profundamente, como si hubieras corrido una maratón. Miras la pantalla, satisfecho de todo lo que has escrito. Has ganado.